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miércoles, 7 de noviembre de 2012

Leonardo Favio (1938 - 2012): La hora de la despedida

 
 
Tras una noche de velatorio en el Salón de los Pasos Perdidos de la Cámara de Diputados, y de una tarde emotiva y agobiante en que una caravana lo acompañó desde el Congreso hasta la Chacarita, Leonardo Favio -fallecido el lunes, a los 74 años- ya descansa en el panteón de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores de Música de ese cementerio.
Ayer por la mañana, llegando por Rivadavia, se veían a lo lejos, resistiendo el sol pleno y los 30° de temperatura, las coronas dispuestas en la vereda del Congreso Nacional. La más notable era la de Diego Maradona, con la dedicatoria “Mi admiración eterna”. Luego, la de Eva Gatica, hija del boxeador José María Gatica, al que Favio homenajeó en su filme de 1993.
También había evocaciones del medio artístico institucional: escuelas de cine, la D.A.C. (Directores Argentinos Cinematográficos), Argentores, el sindicato de la industria cinematográfica (SICA) y SADAIC -Favio afirmaba que vivía gracias a los derechos de sus canciones, que en parte le permitían financiar sus películas-. Y políticas; siempre en la vereda, a medida que se llegaba a la puerta (la altura exacta: 1850), aparecían entre otros nombres como Facundo Moyano, De la Sota, Caló, y finalmente, La Cámpora.
La entrada al hall ya era imponente. En los pasillos, varias empleadas (sí, casi todas mujeres) dispuestas en determinadas esquinas indicaban a quienes venían a presentar sus respetos por dónde seguir. Así se transponía una puerta con un afiche donde el fallecido director posaba junto a la Presidenta -que cerca de la medianoche del lunes había asistido al velatorio- y un cartel que rezaba “Hasta siempre compañero”.
El Salón de los Pasos Perdidos -destino final del camino-, parecía la nave de una pequeña catedral; de los balcones superiores colgaban veinte banderas argentinas, que la luz de los vitraux del techo apenas iluminaban. A los costados, cada una sobre un pedestal, había grandes urnas de bronce. Delante de la puerta impresionaba un enorme óleo que representa la sesión constituyente de 1853.
Con el correr del tiempo, la liturgia iba a ser cada vez más peronista, pero a las diez de la mañana eran pocos los asistentes; en su mayor parte ciudadanos que se acercaban despacio al féretro dispuesto como a los pies de un altar, que en este caso formaban simbólicamente las coronas presidencial y vicepresidencial, ubicadas justo detrás. Estas personas anónimas se acercaban por los costados, recorriendo un perímetro cuadrangular que también albergaba unos pocos asientos. Algunos se persignaban, otros se detenían para ubicarse en los laterales.
Varios deudos estaban sentados a la derecha del cajón, entre ellos uno de sus hijos, el músico Nico Favio. De 40 años, contextura grande, sombrero y brazos tatuados, se dedica -entre otros- al género melódico que supo cultivar su padre.
Tres rosas rojas colocadas longitudinalmente una bajo la otra cubrían la tapa del ataúd. Se hicieron las 11 y de pronto se produjo un pequeño revuelo de fotógrafos y hombres de traje; la ministra Alicia Kirchner acababa de ingresar por el sector de los parientes y saludaba al hijo del cineasta. Luego permaneció de pie, de negro y con lentes oscuros, junto al cajón.
Se hizo un silencio y los presentes comenzaron a orar. Un anciano gritó, intentó cruzar la cinta que delimitaba el espacio donde descansaba el cuerpo del realizador. Dos personas lo frenaron. La funcionaria permaneció imperturbable; cesaron los rezos, una mujer gritó: “¡Hasta siempre, compañero!” Hubo más gritos: “¡Viva Perón, Viva la Patria!” Se alzaron brazos con la ‘V’ de la “victoria”, estallaron los aplausos. El clima era sobrecogedor.
Una corona grande absolutamente blanca, formada por calas y crisantemos, ubicada cerca de una Virgen, permanecía ajena al alboroto; la firmaba Susana Giménez. Justo enfrente, cruzando el salón, sobre un mueble, yacía discretamente otro arreglo de rosas y claveles también blancos, donde se veían los nombres de Mirtha Legrand y de su hermano, el realizador José Martínez Suárez.
La gente siguió entrando, en mayor cantidad; incluso padres con sus hijos pequeños, ancianos y algunos (pocos) jóvenes, de entre los cuales tres lucían remeras de una agrupación sindical.
Las dos cámaras a los costados del féretro tenían que dejar espacio a una pantalla gigante que acercaban a último momento varios empleados. Allí se proyectaban sin sonido escenas de Crónica de un niño solo y otros títulos emblemáticos de la filmografía de Favio, pero las luces del salón atenuaban demasiado la imagen, que casi no se apreciaba.
Entre otros artistas y políticos, llegó el actor Pepe Novoa acompañando a una mujer de pelo lacio y vestido largo; se trataba, murmuró otro asistente, de la hija del ex presidente Arturo Illia. La circulación y el movimiento aumentaban. Unos iban dejando paso a otros ordenadamente, por ejemplo un extraño personaje que lucía un pañuelo en la cabeza al mejor estilo Favio.
El cuerpo del artista iba a permanecer otra hora y media hasta que el cortejo lo acompañara a su “última morada” en la Chacarita. Lo despidieron y se despidió en una tarde de sol, que tal vez él hubiera definido, según su liturgia, como la de un “día peronista”.
 
(Gentileza: clarin.com)